enero 30, 2014

Woodstock

El 15, 16 y 17 de agosto de 1969, unos campos del estado de Nueva York se vieron invadidos por una multitud de unos 450 mil jóvenes. Fue el festival más importante de la historia del rock y la cumbre del amor libre y el pacifismo.





Se han cumplido 47 años del festival que cambió para siempre la historia del rock. Realizado en Bethel, estado de Nueva York, entre el 15 y el 17 de agosto de 1969, Woodstock reunió a muchos de los principales exponentes del rock anglosajón de su época y fue un acontecimiento artístico y social que marcó a fuego a una generación. Cuatro décadas después sus efectos se siguen sintiendo.



La era de los grandes eventos de rock al aire libre había comenzado dos años antes con el Festival Monterrey Pop, en California, pero el de Woodstock fue el que ha quedado en las retinas. Esto tiene que ver, sin duda, con la difusión mundial que adquirieron los discos y la película del festival, pero también con un año que condensó el espíritu de la época.



Concluía la década del '60 y la generación de los llamados "baby boomers, los chicos concebidos en la posguerra, estaba adquiriendo un protagonismo cada vez mayor en la vida social y política de los EE. UU.. Luchaba por los dere chos civiles de las minorías y por tener voz y voto en cuestiones relacionadas con su educación, se oponía a la guerra de Vietnam y buscaba alternativas a la sociedad de sus mayores, a la que consideraba excesivamente conservadora y centrada en el materialismo.



La llamada Generación de Acuario pugnaba, también, por derribar tabúes ancestrales. Practicaba el amor libre y buscaba expandir la mente con drogas psicodélicas. Los más osados renegaron de la familia y las carreras tradicionales y buscaron un sistema de vida alternativo en comunidades rurales. El rock era el elemento aglutinante porque representaba, en letra y música, la esencia de sus anhelos. No fue sencillo organizar Woodstock. Los granjeros de la región veían con recelo la perspectiva de un aluvión de hippies descendiendo sobre sus propiedades y el sitio elegido para el festival debió cambiarse en el último momento.



Gracias a la constancia de los organizadores, Michael Lang, Artie Kornfeld, John Roberts y Joel Rosenman, y a la buena voluntad del granjero Max Yasgur que cedió sus campos de Bethel, Woodstock se puso en marcha a mediados de 1969.



Lang y Kornfeld, los más avezados en cuestiones musicales, querían que el festival tuviese un repertorio artístico abarcativo, con espacio para el rock ultra popular de Creedence Clearwater Revival, la conciencia cósmica de Grateful Dead y el novedoso jazz-rock de Blood, Sweat & Tears, pero también para las ragas hindúes de Ravi Shankar y el folk místico de Incredible String Band.



Muchos de los músicos que participaron, sobre todo los que figuraron en el filme de Michael Wadleigh, recibieron un fuerte espaldarazo para sus carreras. Fue el caso de Joe Cocker, quien actúo con The Grease Band. El ex plomero de Sheffield, Inglaterra, tenía un gran hit en Inglaterra con su emotivo cover de Con una ayudita de mis amigos, de los Beatles. Woodstock potenció también la trayectoria de otros dos artistas británicos. The Who atravesaba por uno de sus picos artísticos, con el estreno de su ópera rock Tommy, y tenía uno de los shows escénicos más excitantes del momento.



Ten Years After, surgido de la segunda ola de blues británico, era hasta entonces un grupo de culto, pero su maratonesca versión de I'm Going Home los puso en la liga de las megabandas. También recibió un sólido impulso la banda de Carlos Santana, un virtuoso guitarrista mexicano radicado en San Francisco.



Woodstock tuvo su cuota de situaciones límites. Carreteras atestadas pronto aislaron el lugar -muchos músicos debieron llegar en helicóptero- y la situación climática bordeó los extremos: hubo momentos de sol abrasador y también furibundas tormentas que pusieron a prueba la resistencia de público, artistas y personal técnico.



Las previsiones en cuanto a sanitarios y comida se vieron superadas: la concurrencia -que los cálculos previos estimaban en 150.000 personas- triplicó esa cantidad, forzando a los organizadores a dar entrada libre para evitar avalanchas y estampidas, y a los grupos de voluntarios, vecinos e incluso la guardia civil a aportar alimentos y ropas secas.



Volviendo a la música, el rock más intenso y eléctrico tuvo su contraparte en artistas que tomaban al folk como punto de partida para sus propuestas. Tal el caso de The Band, Richie Havens, Melanie, John Sebastian, Arlo Guthrie y Joan Baez. Esta última recordó el compromiso de los presentes con las luchas sociales con Joe Hill. La corriente más militante de la contracultura continuó con las actuaciones de Jefferson Airplane y de Country Joe McDonald (líder de Country Joe & the Fish), quien brindó en I Feel Like I'm Fixin' to Die Rag una aguda arenga antibélica cantada a coro por más de 300.000 personas. Asimismo, Woodstock fue testigo del nacimiento de un supergrupo de la fusión folk-rock: Crosby, Stills & Nash crearon una atmósfera increíble con varios clásicos de su álbum debut y anticiparon su ampliación a cuarteto invitando a Neil Young.



Woodstock también tuvo funk de la mano de Sly & the Family Stone, y blues, con Janis Joplin, Canned Heat, Johnny Winter y la Paul Butterfield Blues Band, pero si hubiera que señalar un símbolo del festival, ese fue la actuación de Jimi Hendrix. En esos días, el guitarrista de Seattle venía de disolver a la Experience, el power trío que le había dado fama, y estaba por armar Band of Gypsys con otros dos músicos afroamericanos, para profundizar sus raíces de soul y de blues. Woodstock encontró a Hendrix en plan experimental liderando una banda numerosa a la que llamó Gypsy Sons & Rainbows. Tocaron al amanecer del cuarto día, cuando ya quedaban apenas unas 40.000 personas en el predio, pero los estoicos tuvieron su recompensa, porque fue un show dramático, que alcanzó su pico cuando Hendrix hizo su versión del himno de los Estados Unidos imitando con su guitarra el sonido de las bombas cayendo sobre Vietnam.



Hoy, 44 años después, la polémica sigue abierta entre los que sostienen que Woodstock fue el despertar de una nueva conciencia y los que consideran, en cambio, que se trató del final de una era de idealismo e inocencia, tras la cual el rock se transformó en el negocio millonario. En cualquier caso, está claro que el festival de Woodstock marcó un antes y un después en la historia de la música popular del siglo veinte.



Los hippies de Woodstock querían cambiar el mundo con flores, drogas, paz y amor, hasta que el mundo terminó cambiándolos.

Para aquellos que asistieron al festival de rock en Bethel, al norte de Nueva York, del 15 al 16 de agosto de 1969, el evento anunciaba el advenimiento de una nueva era. Se definían como la "Nación Woodstock".

Pero la euforia de ayer se convirtió hoy en resaca, porque 44 años después no queda claro si Woodstock logró cambiar algo.

El profesor de periodismo de la Universidad Quinnipiac, Rich Hanley, dice que el festival marcó en realidad el fin -y no el principio- de la revolución de los 60 y la contracultura.
"En 1971, ya todo había terminado. Las protestas cesaron. La generación Woodstock salió a buscar trabajo y el trabajo puso fin a la diversión". Según Hanley, "los hippies ahora se convirtieron en republicanos, perdieron el pelo y cambiaron el consumo de LSD por el de Viagra".
En el museo de Woodstock de Bethel, el director Wade Lawrence dice que la generación de las flores no tuvo que esperar demasiado antes de volver a la realidad.
Menos de cuatro meses después de Woodstock, en diciembre de 1969, un concierto similar organizado en el autódromo de Altamont (California) terminó en una violenta y alucinada batalla campal. Y el resto del mundo ya no lucía tan bien.
A pesar de las protestas pacifistas, las tropas estadounidenses siguieron peleando en Vietnam hasta 1973, y un año más tarde el escándalo de Watergate terminaba con la presidencia de Richard Nixon.
"Creo que la gente perdió las ilusiones", dice Lawrence. "El tema de paz y amor pasó a ser algo pintoresco".
Mucho de la leyenda de Woodstock -la marihuana, el nudismo y el pacifismo- hace sonreír hoy en día en una sociedad menos ingenua.
Algunos ex hippies como el fotógrafo Michael Murphree, que hoy tiene 60 años, no se arrepienten de su juventud. "Paz, amor, felicidad: realmente queríamos eso", dice con una sonrisa, mientras deambula por el museo.
Woodstock dejó en todo caso un legado que va más allá de la música y la vestimenta, más allá de los pantalones acampanados que en su momento volvieron.
Irónicamente, el resultado más palpable fue la apropiación de la música rock por las empresas como fuente de ingresos. Los conciertos pasaron de reuniones improvisadas a operaciones que generan grandes sumas de dinero.
"Woodstock cambió la industria de la música", dice Stan Goldstein, uno de los organizadores originales. "Por primera vez se pudo ver el poder que tenían los artistas para atraer no solo a muchedumbres, sino muchedumbres con plata".
Al mismo tiempo, el elemento más característico y poderoso, una mezcla de hedonismo, pacifismo y activismo político, lo que Goldstein llama la "conciencia hippy", se evaporó casi por completo.
Sarah Duncan tiene 26 años y visita el museo vestida al estilo hippie. Dice que la gente de su edad no puede comprender la onda de Woodstock.
"En aquella época alcanzaba con ser libre y tener la mente abierta", dice Duncan, que trabaja en las inmediaciones. "Pero no me imagino a mis amigos haciendo eso. Se van a emborrachar y poner loquicos, pero de paz y amor, nada".
Y a pesar de que las tropas estadounidenses están combatiendo nuevamente en guerras impopulares, Duncan no se imagina a su generación saliendo a la calle a manifestar o cantar canciones de protesta.
"Ahora todo es más simple, la gente dice lo que piensa, pero no quiere manifestase ni hacer con ello obras de arte", dice Duncan.
"Mandan un e-mail colectivo".