febrero 20, 2016

Andrés Calamaro


Andrés Calamaro (Buenos Aires, 1961) es un músico (teclista y guitarrista), vocalista y compositor, creador de una personalísima obra que ha suscitado tanta admiración y fervor como críticas, sobre todo por su manera de afrontar las grabaciones y la dirección de su carrera.

La aventura musical de Andrés, un chico inquieto y nacido en una familia de artistas y de clase media bonaerense, comenzó siendo un adolescente en el grupo Raíces. Poco a poco fue ganando soltura en los teclados y colaboró en distintos proyectos y grabaciones de artistas como Sergio Makaroff.

Fueron sus primeros pasos y la primera gran experiencia llegaría con la convocatoria para formar parte de la resurrección del grupo argentino Los Abuelos de la Nada, un súper equipo liderado por el legendario Miguel Abuelo, y que contaba con músicos de gran prestigio como el saxofonista Daniel Melingo (hoy uno de los nombres fuertes del tango actual), el bajista Cachorro López y el guitarrista Gustavo Bazterrica. Desde la publicación de su primer disco, en 1982, Calamaro colaboró ya con temas propios al repertorio, y sería uno de los artesanos más lúcidos de la banda en cuanto a composiciones (“Sin gamulán”, “Mil horas”, “Costumbres argentinas”...). Los Abuelos de la Nada facturaban un rock desenfadado cercano a la new wave y altropicalismo, con gusto por el funk.

Este periodo sirvió de aprendizaje para el joven, que además ejercía de teclista, cuando los compromisos lo permitían, para otro tótem del rock argentino, Charly García. Los escenarios y los estudios lo curtieron como músico, y en este contexto, pudo grabar su primer trabajo en solitario, “Hotel Calamaro” (DG Discos, 1984). Un disco, producido por el propio García, que presentaba a un chaval con talento -aunque todavía un chaval-, apuntado en canciones como la balada “No me pidas que no sea un inconsciente”.

La aventura de Los Abuelos de la Nada acabaría para nuestro hombre en 1985 -el grupo se disolvió tres años después-. El músico argentino continuó su carrera en solitario ese mismo año con “Vida Cruel” (CDA, 1985). Este disco también peca de cierta inocencia y está lejos de mostrar la mejor versión del artista. “Acto simple” fue su mayor éxito.

El enorme talento de Calamaro para facturar melodías con pegada y letras de largo alcance sí luce en “Por Mirarte” (Columbia, 1988). En este álbum hay ecos de lo que serían Los Rodríguez, rock accesible y bien facturado, repleto de estribillos que enganchan. “Loco por ti”, de Sergio Makaroff, está ya aquí y sería una habitual en los directos de la banda madrileña. “Cartas sin marcar” es pop redondo, como apuntando lo que sería “Dulce condena”.

El siguiente envite sería “Nadie Sale Vivo de Aquí” (Columbia, 1989), que contiene canciones maravillosas y muestra a un autor de indiscutible talento. “Pasemos a otro tema” es otra muestra de pop redondo, y “Señal que te he perdido” es quizá su mejor pieza de este periodo: “Abro la puerta / como un poeta fértil / dándose a conocer”, canta Calamaro en el inicio, y en efecto.

1991 marca un nuevo rumbo en el camino de Andrés Calamaro, y también un nuevo país, España. Su amigo Ariel Rot (guitarra) lo llamó para embarcarse en su nuevo proyecto junto a Julián Infante (guitarra) -compañero de Ariel en Tequila - y Germán Vilella (batería). Los Rodríguez suponía una segunda oportunidad para músicos ya expertos, y la mezcla fue, si no en lo personal (las discrepancias acabarían con la banda), sí perfecta en lo musical. Tres extraordinarios discos de estudio -“Buena Suerte” (Pasión, 1991), “Sin Documentos” (DRO, 1993) y “Palabras Más, Palabras Menos” (DRO, 1995)-, un directo y un grandes éxitos fue la cosecha en cuanto a discos; la autodenominada "bunch of sick hispanos" dejó además un reguero de grandes canciones, enormes conciertos y fervorosos seguidores. Rock & roll de primerísima calidad, potente y ajeno a prejuicios de estilo, con el que Calamaro mostró en la otra orilla del charco su potencial como compositor y también su capacidad ya no solo como teclista o vocalista, sino también a las seis cuerdas.

Canciones brillantes y absolutamente populares como “Mi enfermedad”, “Sin documentos”, “Salud (dinero & amor)” o “Para no olvidar” dispararon la fama de Calamaro en Argentina y sobre todo en España, y el músico bonaerense retomó en 1997 su carrera en solitario. Despertó todas las expectativas del mundo y las cumplió con creces (al menos las de la mayoría de seguidores) con “Alta Suciedad” (DRO, 1997), un disco insuperable, cargado de hits inmediatos y de temas que van ganando (y atrapando) con cada escucha. Un tratado de rock sin ataduras y rebosante talento que contiene perlas como “Flaca”, “Donde manda marinero”, “Media verónica” o “Loco”.

Andrés redobló la apuesta con “Honestidad Brutal” (DRO, 1999), un disco doble que supuso una “reacción” a su predecesor, grabado con todo lujo de detalles y los mejores músicos de sesión de Nueva York. “Honestidad Brutal” es un álbum crudo, con un sonido orgánico e imperfecto, cercano al directo, y que incluye 36 canciones nuevas. Si Calamaro muestra valentía en cuanto al concepto de la nueva entrega, tampoco le falta inspiración: lo demuestran piezas de romanticismo torturado como “Los aviones”, “Paloma”, “Cuando te conocí” o “La parte de adelante”.

El cantautor argentino decidió seguir por la misma senda en “El Salmón” (DRO, 2000), aunque llevó la apuesta por la inmediatez al extremo. El disco, quíntuple, es un muestrario de canciones más bien a medio terminar, grabadas de forma casera, y en la que las buenas ideas se mezclan con otras no tan buenas de un modo caótico. La nueva “criatura” de Andrés era realmente molesta e inabarcable para el gran público, y francamente difícil de disfrutar si uno no la afronta con la pasión de un incondicional.

Todo ello supuso una fuerte polémica entre el artista, la prensa y los propios seguidores, y la acogida fue fría. En este contexto, con este revés, cerraba una década en la que había sido un Rey Midas, encadenando discos incontestables tanto con Los Rodríguez como en solitario. Tras publicar “El Salmón”, Calamaro, en un difícil momento personal, abandonó los escenarios y tardaría bastante en volver a dar señales de vida a nivel discográfico: su vuelta a los palcos se documentó en el directo “El Regreso” (DRO / Warner Argentina, 2005).

Calamaro regresó cuatro años después despistando a la audiencia. El compositor torrencial aparcaba sus canciones para vestirse un traje de intérprete que lució en “El Cantante” (GASA / DRO, 2004) y “Tinta Roja” (DRO / Atlantic, 2006), discos de versiones del folclore latinoamericano con un toque eminentemente flamenco, en la compañía de músicos como Niño Josele o Jerry González y bajo la producción del afamado Javier Limón.

En el “El Palacio de las Flores” (GASA / DRO, 2006) Andrés vuelve a configurar un repertorio basado fundamentalmente en canciones nuevas. Es un disco en el que se nota de forma muy acusada la impronta del productor, el prestigioso cantautor argentino Litto Nebia. El resultado es irregular, inferior al de la siguiente entrega, “La Lengua Popular” (DRO / Atlantic, 2007), producida por su viejo compañero de Los Abuelos de la Nada Cachorro López. Temas como “Carnaval de Brasil” o “Soy tuyo” traen de vuelta al mejor Calamaro.

Su último disco es “On the Rock” (Warner, 2010), un trabajo ecléctico (como es costumbre) y repleto de colaboraciones (Diego el Cigala y Niño Josele, Calle 13 y Jerry González, Enrique Bunbury, Vicentico), que sin embargo está lejos de sus mejores obras.